La mano que cura

Lo sé como se saben las cosas verdaderas, con el vientre.

el nacimiento de todos mis hermanos como si el tiempo fuera una tela que se desdoblaba delante mío. Vi

Cuando Soledad entró a quinto de primaria, le tocó Ana Gregoria de maestra. Pero la niña la conoció realmente unos días después, cuando la mujer le pegó cinco reglazos en las palmas de las manos pa que dejes de ser tan prepotente, niña Chepa.

Luego nos quedamos calladas, escuchando el ruido de ollas que hace la mamá en la cocina y, de vez en cuando, la tos mía que no se quita

El trabajo de toda una vida de selección y lectura. En el olvido. Me vuelve la tristeza del día en que nos despedimos el papá y yo, porque ahora es como si me despidiera de los libros y también

nada, solo la casa vacía y oscura y ajena. Solo el enrarecimiento del ambiente que se aloja entre mis paredes y esa sensación tangible de que algo me sigue, algo que camina y se arrastra y se aferra a las esquinas. Cuando vuelvo a mi cuarto, lo

era esa agonía suya lo que más terror me causaba, porque pensaba en la mía, en algún momento inevitable del futuro.

Lina alzó la mirada. Algunas veces había visto un señor joven, sin camisa, en el techo de su cuarto, pero muy pocas veces. Alcanzaba a olvidarlo antes de que volviera a aparecer.

Pero ella no tiene los ojos abiertos.

—No, todavía no. No sé si vayan a abrírsele. Aunque ella tiene su cosa, una mano buena pa sanar.

—La mano que cura —digo sin saber si la mamá vaya a entenderme. Nunca he mencionado eso delante de ella, pero no me sorprende que sonría.

—Vos de

Yo llamo al silencio para no ser escuchada y pasito, como masticadas apenas, digo las palabras que hay que decir para no ser vista.