La mano que cura

Los poderes del mundo no son nada y lo son todo, no son buenos ni malos, son las dos cosas revueltas porque no se puede lo uno sin lo otro, le explicó Ana Gregoria.

No hay agua que salve esta casa.

Pero Soledad no encontraba el silencio. Se preguntó si sería siquiera posible que hubiera silencio cuando el mundo entero se movía y el movimiento hacía ruido. Se durmió tratando de imaginar un lugar, un momento de silencio verdadero.

«La escribiré con sangre
con tinta sangre del corazón».

Lo sé como se saben las cosas verdaderas, con el vientre.

Entonces yo no sabía muy bien qué era eso que la mamá podía hacer, qué eran esas palabras, por qué tenían poder, pero hay cosas que se saben sin saberlas y por eso se aceptan sin preguntar.

Yo sentía que eso, en parte, también tenía amarrado al papá a esa vida de cama de hospital, mirando cada noche al abismo, pero sin atreverse a saltar. Y era esa agonía suya lo que más terror me causaba, porque pensaba en la mía, en algún momento inevitable del futuro.

porque tu nombre no es tu destino, mi niña.

Me daba tristeza esa especie de miedo que le cogí a mi propio papá, a lo que sus ojos me anunciaban

para que toda la ira y el dolor y la rabia se le salieran del cuerpo y solo quedara la tristeza sólida de lo que no tiene arreglo.