222. Enero de 2002, acampando en Dry Tortugas, en una isla que es esencialmente una fortaleza abandonada unas noventa millas al norte de Cuba, hojeando un ejemplar de la revista Nature. Leo que por fin se ha calculado el color del universo (sea lo que sea eso, intuyo que se trata del resultado de un análisis del espectro de luz emitido por alrededor de 200 000 galaxias). El color del universo, informa el artículo, es «turquesa pálido». Por supuesto, pienso, mirando melancólica por encima del golfo reluciente. Lo supe todo el tiempo. El corazón del mundo es azul.
223. Unos meses más tarde, ya en casa, leo en otro sitio que este resultado fue un error provocado por un fallo en el ordenador. El color verdadero del universo, afirma este nuevo artículo, es beige claro.