Pero más allá de las percepciones externas respecto a si ahora mi voz me correspondía o yo me escuchaba mejor, pasó algo sin duda de mayor trascendencia, y eso fue que comencé a hablar por mí misma, comencé a perder el miedo, comencé a tener mayor seguridad, a nombrar y defender, y de vez en cuando también a gritar, a rabiar y a no dejar que nadie, por lo que fuera, me callase.