Amar lo viejo, viviendo para lo nuevo, no significa que lo que amemos sea siempre digno y capaz de vivir, ni que aquello por lo que, queriendo o sin querer, se vive pueda o sepa despertar nuestro amor. Algunas veces se ama algo sólo porque creció con nosotros, es el espacio y el terreno de nuestras vidas; aunque viésemos su indignidad e inmoralidad objetivas, no dejaríamos de amar ese mundo, porque es el nuestro. Del mismo modo, se puede comprender y aceptar no sólo la inevitabilidad, sino también la justicia mayor de un nuevo mundo que surge y cooperar honestamente a su surgimiento, pero con un íntimo malestar, porque nos damos cuenta de que su aurora es nuestro ocaso.