Richard Heskinn era el último sucesor en la cadena de la familia Heskinn, y propietario del orfanato tras la muerte de su padre: Lennart Heskinn. En el invierno de 1942, se hizo cargo de él, siguiendo con las mismas tradiciones y compromisos que le habían inculcado siempre. El señor Richard Heskinn había estado viviendo entre sus muros desde que nació, hacía ya cincuenta y seis años. Jamás había salido de él, nunca cruzó la valla que separaba el orfanato con el valle, era un hombre frío y hecho a medida de su hogar. Todo lo que sabía y lo que no sabía, todas sus virtudes y sus defectos se los debía al orfanato heredado año tras año, donde Alardaam Heskinn puso su primera piedra para levantar aquel pedacito de tierra donde prometían proteger a los débiles. Tenía el pelo oscuro, con una raya al lado chapado a la antigua, y un bigote idéntico al que lucía su padre el mismo día de su muerte. Su aspecto de viejo galán lucía imponente. Era un hombre alto y delgado, con brazos largos y piel apagada. Su mirada era penetrante, y bajo sus ojos, dos hinchadas ojeras negras le hacían parecer más mayor de lo que era. Siempre se le veía pasear por el orfanato con sus manos entrelazadas