Cuando le relató a Percy su sueño, los lavabos del barco empezaron a explotar.
—De ninguna manera vais a bajar ahí las dos —dijo Percy.
Leo corrió por el pasillo agitando una llave inglesa.
—¿Tenías que cargarte las tuberías, tío?
Percy no le hizo caso. El agua corrió por la pasarela. El casco retumbó mientras estallaban más tuberías y se desbordaban más lavabos. Piper supuso que Percy no tenía intención de causar tantos desperfectos, pero su expresión ceñuda le hizo querer desembarcar lo antes posible.
—No nos pasará nada —le dijo Annabeth—. Piper ha predicho que las dos bajaremos, así que es lo que tiene que pasar.
Percy lanzó una mirada furiosa a Piper, como si fuera culpa suya.
—¿Y ese tal Mimas? Supongo que es un gigante.
—Es probable —contestó ella—. Porfirio lo llamó «nuestro hermano».
—Y una estatua de bronce rodeada de fuego —dijo Percy—. Y esas… otras cosas que has dicho. ¿Maquis?
—Makhai —dijo Piper—. Creo que significa «batallas» en griego, pero no sé exactamente cómo aplicarlo a este contexto.
—¡A eso me refiero! —dijo Percy—. No sabemos lo que hay allí abajo. Iré con vosotras.
—No —Annabeth le puso la mano en el brazo—. Si los gigantes quieren nuestra sangre, lo último que necesitan es que un chico y una chica bajen juntos. ¿Te acuerdas? Quieren a uno de cada para su gran sacrificio.
—Entonces iré a por Jason y los dos… —dijo Percy.
—¿Estás insinuando que dos chicos pueden hacerlo mejor que dos chicas, Sesos de Alga?
—No. O sea…, no. Pero…
Annabeth le dio un beso.
—Volveremos antes de que te des cuenta.
Coño pobrecito le viene dando algo