La cara sonriente de Kâsyapa es el mundo. Es vida y muerte, ir y venir. Es la cara de las cosas que se demoran en cada caso. Esta cara de flor, vaciada, des-interiorizada, carente de sí mismo, que respira, recibe montes y ríos, tierra, sol y luna, viento y lluvia, hombres, animales, hierbas y árboles, o hace de espejo de todo eso, podría describirse como el lugar de la amabilidad arcaica. La «sonrisa arcaica», esta expresión profunda de la amabilidad, despierta allí donde la cara rompe su rigidez, se hace «carente de límites», se transforma en una especie de «cara de nadie».