Acompañar a un ser querido, y en definitiva, a cualquier persona en sus últimos días, nos da la oportunidad de abrir los ojos y recordar que todos somos pasajeros, en la primera acepción de la palabra. Somos seres fugaces y transitorios, temporales y perecederos, llenos de vida y a la vez llenos de muerte. Lo que hagamos con todo eso, depende de nosotras. Podemos vivir pensando que tenemos todo el tiempo del mundo, o podemos vivir con la coherencia de estar de paso sabiendo que se nos recordará por lo que hicimos sentir, y no por nada más.