Un homenaje magistral a Marcel Proust y al poder liberador de la literatura.
Mientras se encuentra inmersa en la escritura del prólogo para una antología de artículos sobre Marcel Proust, Laure Murat topa con una escena de Downton Abbey en la que un mayordomo pone la mesa midiendo la distancia entre cubiertos con ayuda de una regla. Esta diminuta ceremonia, ejecutada con solemnidad sacramental, evoca en Murat, desde lo más recóndito de su memoria, una figura arcaica: las puras «formas vacías» que rigen el entorno aristocrático; el principio sobre el que se equilibra toda una casta, su casta. Porque lo que Murat reconoce en esa atención a las cosas inútiles es, a su pesar, una parte de sí misma, descendiente al mismo tiempo de los Luynes y de los Murat, dos célebres y centenarias dinastías francesas.
A raíz de esta pequeña epifanía, y guiada por la fascinación que despertó en su juventud la lectura de En busca del tiempo perdido, acabará emprendiendo una revisión de su propio y muy proustiano pasado que la llevará, a su vez, a explorar la vida y obra de Proust a través de una historia y un París que no le son nada ajenos: dos universos vinculados sin solución de continuidad, pues «el mundo pasado en el que crecí seguía siendo el de Proust, que había conocido a mis bisabuelos, cuyos nombres aparecen en su novela».
Una novela que supuso para ella, a los veinte años, un impacto transformador: «Y entonces mi vida cambió. Proust sabía mejor que yo por lo que estaba pasando. […] Incluso antes de romper con mi propia familia, me ofreció una meditación sobre el exilio interior que experimentan quienes se desvían de las normas sociales y sexuales». Así es como Proust, novela familiar se erige en un homenaje no solo a la obra proustiana sino al poder emancipador de la literatura a través de la lectura, que es también un poder de consuelo y de reconciliación con el tiempo.