En la casa de los sueños

Rompió contigo porque no estaba enamorado de ti, lo cual constituye una excelente razón para romper con alguien, aunque en aquel momento te quisiste morir.

Una casa nunca es apolítica. La conciben, la construyen, la ocupan y la vigilan personas con poder, necesidades y miedos.

Cada vez que su mano se desplaza a otro sitio, susurra: «¿Puedo?», y la emoción de decir sí, sí, es como la palpitación de la marea sobre tu cara, y no te importaría nada ahogarte de esa manera, dando permiso.

«¿Por qué les enseñamos a las niñas que por naturaleza sus perspectivas no son dignas de confianza?», gritaba. Quiero reivindicar estas palabras –después de todo, melodrama viene de melos, que quiere decir «música» y «miel»; y una «drama queen» no deja de ser una reina–, pero siguen quemando demasiado al tocarlas.

¿Acaso no han estado los hombres volviendo locas a sus mujeres, maltratando a sus amantes, acosando a sus novias, asesinando a sus esposas desde el principio de la humanidad?

De pequeña tenía una habitación, pero a mi madre siempre le faltaba tiempo para señalar que no era «mi» habitación, sino «su» habitación, y que a mí solo se me permitía ocuparla. Su objetivo, por supuesto, era decir que mis padres habían tenido que ganárselo todo, y que a mí solo se me prestaba el espacio y, a pesar de ser técnicamente cierto, no puedo evitar sorprenderme ante el singular daño que puede ocasionar tan siniestra idea: que mi existencia infantil era una especie de deuda y que nada, por pequeño que fuese, era mío.

Hablo en el silencio. Tiro la piedra de mi historia a una vasta grieta; midan el vacío por el poco ruido que hace.

Apilamos asociaciones de la misma manera que apilamos ladrillos. La memoria es en sí misma una forma de arquitectura.
LOUISE BOURGEOIS

Apilamos asociaciones de la misma manera que apilamos ladrillos. La memoria es en sí misma una forma de arquitectura.

LOUISE BOURGEOIS

sin embargo, a pesar de que mi intelecto reconoce el problema –el sistema de codificación, el modo en que la vileza y la homosexualidad se convirtieron en una especie de taquigrafía uno de otro–, no puedo evitar que me encanten esos villanos queer de ficción. Me encantan su exuberancia estética y su jovialidad teatral, su crueldad, lo estupendos que son y, sobre todo, su poder. Siempre han sido de lejos los personajes más interesantes de la pantalla. Después de todo, viven en un mundo que los odia. Se han adaptado; han aprendido a esconderse. Han sobrevivido.