La reina Carlota

—¡Silencio! —rugió Jorge.

Se callaron. Ventajas de ser el rey.

—La tierra es marrón —repitió Jorge—. Y de ella brota la vida, la esperanza. Es marrón. Es preciosa.

—Sí. Ballenas, hermano. Los huesos de las ballenas. ¡Han muerto ballenas para que yo tenga este aspecto!

Aunque disfrutaba de todos sus nombres y estaba orgullosa de hasta el último, el que más le gustaba era Lottie.

—¿Eduardo va a ser padre?

—Sí. Tu linaje sobrevivirá.

—Nuestro linaje —la corrigió él.

—Nuestro linaje —repitió Carlota.

No saltaste el muro —dijo.

Carlota sonrió.

—No, Jorge. No salté el muro.

Eso lo hacía feliz. Y eso era lo que ella quería por encima de todo. Que Jorge fuera feliz.

Sin embargo, ese día tenía noticias importantes. Y debía decírselas, la oyera o no. Jorge era el amor de su vida, y siempre lo sería. Se lo debía.

El Gran Experimento?

Ya no era un experimento.

Era un hecho.

Y era grande. Grandioso.

Agatha no podía ni hablar. Esa muchacha (¡esa mujer!) era una maravilla. Cambiaría el curso de la historia. Ya lo había hecho.