Desde entonces le he estado dando vueltas a todo esto y entiendo que no es que la extrañe a ella. Extraño la sensación de tener veintitantos años y un romance secreto. Las miradas sobre la mesa del comedor, los pequeños roces que nadie veía, el contar las horas para que todo mundo se fuera. Extraño esa complicidad, esa sensación de estar metido en algo vital y urgente con otra persona. A veces ando por los pasillos aquí y todo está así, en silencio, medio muerto y se me viene a la mente cómo se sentía cuando le susurraba algo y ella trataba de aguantarse la risa. Se llevaba las manos a la boca, se sacudía entera y yo me sentía el hombre más gracioso del mundo. Eso. Eso es lo que más extraño.