Cuando me peleaba con Abril empezaba a desarmarlo, pieza por pieza, como si romper ese rompecabezas fuera romper con ella, pero al cabo de unos minutos volvía a poner las piezas en su lugar. Ahí entendí la ficción de este juego: no hay piezas que se unen, sino fragmentos que se rompen, como cuando un vaso estalla contra el piso.