De esta suerte, dentro de las reglas establecidas, el individuo dispone de libertad para trabajar por sus finalidades personales, seguro de que el poder público no será empleado para frustrarle deliberadamente sus esfuerzos.
En cambio, la planificación económica socialista exige, precisamente, lo contrario. La autoridad planificadora no puede atarse a sí misma con reglas que impidan la arbitrariedad.