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Jorge Gutiérrez Reyna

El otro nombre de los árboles

  • Arístides Luisje citiraoпрошлог месеца
    En Pompeya un fauno de bronce
    baila en el jardín donde otra vez
    han florecido los azahares
  • Arístides Luisje citiraoпрошлог месеца
    Abuela, nombro los árboles
    por las calles de esta ciudad
    porque es la única forma que tengo
    de permanecer en tu patio
  • Arístides Luisje citiraoпрошлог месеца
    el hueledenoche (su olor
    sonámbulo camina a tientas
    por las sombras como los murciélagos)
  • Arístides Luisje citiraoпрошлог месеца
    El tepozán entona
    un arrullo sin despegar los labios,
    mudo como los bagres que se posan
    en el reflejo de sus ramas
  • Arístides Luisje citiraoпрошлог месеца
    Hay árboles reacios a la rectitud
  • Arístides Luisje citiraoпрошлог месеца
    el árbol susurrando sus conjuros
    en la lengua del follaje
  • Arístides Luisje citiraoпрошлог месеца
    Mucho antes de que mi abuela
    sembrara las primeras piedras de la casa,
    ya en su cumbre maduraba el vuelo de los pájaros;
    por sus laderas empinadas ya fluía
    el lento río de los musgos;
    y en sus faldas los faunos que pueblan
    la espesura de los montes
    celebraban ya cabrunos aquelarres.
    Este árbol es tan antiguo como los rebaños
    de tortugas que deshojan
    los tréboles a su alrededor
  • Arístides Luisje citiraoпрошлог месеца
    El árbol para ti estará plantado
    en el polvo remoto de la biblioteca
  • Arístides Luisje citiraoпрошлог месеца
    No habrá en tu patio rama en que se posen
    el canto colorado de los cardenales
  • Rafael Ramosje citiraoпрошлог месеца
    Tenías razón, abuela, los árboles

    no hablan en latín, estos desconocidos

    no hacen caso si los llamo

    por su nombre taxonómico.

    Tú, que tienes tierra entre las uñas

    y has estado toda la tarde en tu jardín,

    conoces el otro nombre de los árboles,

    el nombre que es un bálsamo,

    un tronco del cual amarrar

    al perro negro del susto.

    Ahora sé que cuando hundes

    las manos en las macetas o arrancas

    la hierba que crece entre los adoquines,

    dices ese otro nombre de los árboles

    y ellos entonces te escuchan, como al aire,

    y desentierran para ti sus secretos.

    Cada que despierto en esta ciudad,

    desde un quinto piso puedo ver

    las copas entrecanas de los ahuehuetes

    que se mecen en los bordes de la laguna.

    Todavía no entiendo del todo

    lo que dicen pero sé

    que me están llamando por mi nombre,

    ese nombre secreto con el que me bautizaste

    a las orillas de aquel arroyo y que no puede

    confundirse con el de mis primos.
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