Cuando el poder no se malinterpreta como ocasión para la vanagloria o para la venganza por circunstancias desfavorables, se manifiesta como algo con lo que cargan los bienintencionados, los bienaconsejados, los resistentes, carga y dignidad en uno, para ejercitarlas un cierto lapso de tiempo nada más, hasta que se encuentren los sucesores a los que puedan pasarse, y sin que invada la despreocupación de quienes en el momento oportuno dicen «¡después de nosotros, el diluvio!».