es
Lol Tolhurst

Cured

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    El año anterior, con Michael, habíamos ido a nuestro primer concierto, acompañados por su hermana y el novio de ella. Nos llevaron al Hyde Park, a ver un concierto gratis

    DE PENSAR QUE EN HYDE PARK THE CURE CELEBRO SUS 40 AÑOS DE EXISTENCIA QUE MARAVILLA

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    Desde que conozco a Robert la gente lo ha increpado. En el escenario, en el pub, en la calle, siempre él es el objetivo. Nunca he visto a Robert buscar pelea, pero parece que algo en él provoca a los demás.

    Por una parte, Robert es un artista introspectivo, oscuro, melancólico, creativo. Por la manera en que se comporta, es obvio que su cabeza está en las nubes. Siempre ha formado parte de su personalidad: el poeta visionario, el mensajero con noticias del otro lado, el artista torturado. Pero, por otra parte, es alguien perfectamente normal que disfruta tomando una cerveza y viendo un partido de futbol. La gente percibe esta dicotomía en él y no le termina de agradar.
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    Con nuestro repertorio apenas podíamos rellenar cuarenta y cinco minutos, así que ¿cómo duplicarlo? ¿Podríamos modificar un poco las canciones para tocarlas dos veces sin que la gente se diera cuenta?

    JA ...DE PENSAR QUE EN 2013 EN EL FORO SOL DE LA CD DE MEXICO EN EL DIA DE CUMPLEAÑOS DE ROBERT SMITH , QUE POR CIERTO HASTA LLUVIA Y TEMBLOR HUBO ESE INOLVIDABLE DIA , TOCARON 4 HORAS DE CONCIERTO ..EN EL QUE TUVE LA GLORIA DE ESTAR PRESENTE ....

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    ¿Cómo os llamáis?

    —Easy Cure.

    Nos habíamos sacado el nombre de un sombrero, literalmente. Después de la horrenda actuación en el St. Wilfrid, nos había parecido una decisión acertada cambiarnos de nombre, pero éramos incapaces de ponernos de acuerdo. Robert encontró la solución. Sabíamos que Bowie y William Burroughs cortaban frases de lo que escribían y lo mezclaban, creando un texto nuevo o una canción. Así que hicimos lo mismo con nuestras letras y las pusimos dentro de un sombrero y decidimos que el primer fragmento que sacáramos sería el nombre de la banda. A la vez que democrático nos pareció muy punk.

    Estábamos en el salón de los Smith, al lado del piano que a veces utilizábamos para los trípticos musicales que hacíamos.

    —Bien, entonces, el primer fragmento que saquemos bautizará a la banda, ¿de acuerdo? —dijo Robert.

    —Me parece bien —contesté.

    Robert sacó un trozo pequeño de papel.

    —¿Qué dice? —preguntamos Michael y yo.

    —Easy Cure —respondió Robert; parecía un poco decepcionado porque no era el fragmento de una de sus letras.

    «Easy Cure» era de una de las canciones que parcialmente había escrito yo.

    —Bueno, lo que es justo es justo —dije en voz alta.

    Aunque, de todos modos, Robert acabó saliéndose con la suya más adelante cuando lo cambió por The Cure porque sonaba más punk y menos hippie. Y yo con eso no podía discrepar porque quería ser lo más punk posible.
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    La novia de Robert, Mary, estaba ahí. Tenía confianza con ella porque habíamos ido juntos a la misma clase en la escuela y le pedí si me podía pintar como quería; eso fue lo que hizo. Estoy seguro de que quedó muy bien y que me hizo exactamente lo que quería, pero estoy muy contento de que no haya ninguna foto de mi aspecto de esa noche.
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    El verano del 76, el que nos cambió la vida, estaba terminando, pronto volvería a ser otoño y volveríamos a la rutina de la que queríamos escapar. Porl y yo iríamos al trabajo, Michael y Robert a estudiar. No era algo que esperáramos con ganas.

    —Quiero decir que… esto no es lo que quiero de mi vida, ¿me entiendes? —me estaba diciendo Robert.

    Estábamos sentados en un parque cerca de la casa de Robert, el Milton Mount Gardens. Era de noche y era tarde. Improvisadamente, habíamos decidido ir a tomarnos un par de cervezas artesanas fabricadas por su padre, un líquido totalmente embriagador que Alex Smith había ido refinando con el tiempo. Mientras pudiéramos, queríamos aprovechar hasta el final del verano, antes de volver a la horrible realidad.

    —Me parece una estupidez trabajar como un esclavo toda la vida y luego morir —dije.

    Lo había visto en mi propio padre. A mí no me parecía que estuviera vivo, era una máquina que se limitaba a comer y dormir y que no tenía ningún otro objetivo en esta vida más allá de ir al trabajo y al pub. No era el futuro que quería para mí. Era como si no viviera, como si sólo existiera.

    Todavía hacía calor. No había nadie en los jardines oscuros, aparte de nosotros dos y los pajarillos que construían sus casitas en las orillas del lago. Asustados por nuestra presencia, los pájaros hacían ruidos para mantenernos advertidos.

    Habíamos traído la guitarra y un par de bongos, nos sentamos con las piernas cruzadas en la hierba, Robert con la guitarra acústica en su regazo y yo con los bongos delante. T. Rex en directo desde la BBC. O algo así.

    Le dimos un trago largo a la cerveza artesanal y Robert empezó a rasguear las cuerdas de nailon delicadamente. Escuché atento los acordes que Robert tocaba. Escuché el ritmo y empecé a tocar con él y juntos sacamos un rudimentario mantra musical que se propagó en la noche por el parque. Me sentía en trance con la música, y el calor y los tragos de cerveza ayudaban. Sentía que teníamos que quedarnos así para siempre, tocando música en una noche agradable. Robert comenzó a cantar frases tranquilamente —o puede que fueran sólo sonidos—, mientras seguíamos sentados en el parque con cierta nostalgia. Nada parecía importar demasiado. Después de un rato paramos y ambos nos estiramos en el suelo para ver las estrellas que brillaban en el cielo entre las copas de los árboles. No recuerdo que dijéramos nada. No hacía falta. Sabíamos qué era lo que queríamos.
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    Hay que recordar que a finales de los setenta no había internet para informarse sobre lo que se tiene que hacer para ser una banda. Ni tampoco había programas en la televisión que pudieran ayudar. No crecimos en una gran ciudad donde hubiera otros ejemplos de donde inspirarnos. Estábamos en nuestra ciudad. Y eso resultó ser una bendición porque pudimos florecer a nuestra propia manera con menos influencias externas que la mayoría de las bandas de nuestra época. Si hubiéramos estado en el centro de Londres, por ejemplo, estoy seguro de que todo hubiera sido muy diferente.

    El lugar donde crecimos resultó ser una influencia determinante en la manera como sonaba The Cure
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    Sería un verano que no olvidaríamos por un motivo: teníamos un lugar donde ensayar, a pesar de que algunos vecinos de los Smith intentaran clausurarlo. Un día llamó a la puerta un señor de mediana edad, gordito, con la cara enrojecida.

    —Su hijo y sus amigos son los que están haciendo ese ruido, ¿no?

    —Si se refiere al ensayo de la banda, entonces sí, son ellos. —Fue la réplica de la madre de Robert.

    —Sea lo que sea, tienen que parar. Están molestando a todo el vecindario. ¡Con todo ese maldito ruido, no puedo oír mis pensamientos!

    Rita lo pensó un segundo.

    —Bien, les diré que paren cuando usted le diga a su perrito que no defeque en mi jardín.

    Y con eso cerró la puerta con autoridad, y Rita Smith se convirtió en la primera en defender a The Cure.
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    Cuando el asesor de estudios del St. Wilfrid, nuestra escuela, le preguntó qué quería ser de mayor, Robert tuvo la desfachatez de contestar «una estrella de pop».
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    Me llevé mi camisa de satín púrpura, tan querida, que me había comprado en Withword’s, una pequeña tienda que había al final de mi calle. Me encantaba visitar al señor Withword: siempre me revelaba algún secreto que sólo los sastres conocían.

    «Los hombres con piernas cortas deberían vestir pantalones Oxford anchos para resaltar», es una de las frases que nunca olvidaré.

    La campanita de la puerta sonó cuando crucé la entrada de la puerta de la tienda húmeda.

    —Ah, señorito Tolhurst, ¿en qué puedo ayudarle?

    —He visto la camisa púrpura del escaparate —respondí.

    El motivo real por el que había entrado en la tienda era para ver las dos únicas prendas que me gustaban de la sección de hombres, por lo general, libres de color. Esas prendas solían ser bastante baratas, lo suficientemente baratas para que algún joven con pocos ingresos pudiera comprar. En otras palabras, alguien como yo.

    —Ah, sí, la que tiene ese cuello tan «moderno». —Parecía que le dolían los labios cuando decía esa palabra.

    —Sí, esa es, la que tiene el cuello de pico.

    Se fue para el escaparate y me la acercó.

    La etiqueta señalaba que costaba cinco libras, mucho más de lo que me podía permitir. Vio cómo se me apagaba la expresión del rostro cuando supe el precio.

    —¿Cuánto dinero tiene, señorito Tolhurst?

    —Una libra —dije esperanzado.

    El señor Whitworth me miró por encima de sus lentes y jugó con la cinta métrica que perpetuamente le colgaba de la cabeza.

    —Está bien, se la dejo por una libra, pero no se lo diga a nadie; de lo contrario, todo el mundo querrá que le haga un descuento. ¿Puede prometérmelo?

    —Sí, señor, claro. ¡Muchísimas gracias, señor Whitworth!

    Me fui a casa tomando con todas mis fuerzas la camisa, dando gracias a la generosidad del sastre.
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