Nuestras esposas bajo el mar

Recuerdo su modo de mirarme, el oleaje abierto de su mirada, como si yo fuera algo que ella había inventado, que había cobrado vida gracias a los poderes de la electricidad

Este mar alquímico, que transforma una cosa en otra.

que lo peor de perder a alguien no es la pérdida en sí sino la ausencia posterior. ¿Sabes a qué me refiero? Eso que no tiene fin.

Por supuesto, ahora sé que eso era una estupidez, que todas las cosas en las que creemos terminarán siendo ridículas.

Recuerdo que pensé que las primeras cosas habían salido del agua, lo cual no decía nada de todas las otras cosas que habían elegido quedarse allí.

y por un breve instante me sentí abrumada por la ira. No sé muy bien de qué se trataba ese sentimiento, si tenía que ver solo con que Matteo me ignorara o con un poco de todo: la oscuridad, el vacío, la imposibilidad, la futilidad de todo lo que nos habíamos visto obligados a soportar.

Todas esas son cosas que sé, pero ninguna es de veras importante. Yo solía pensar que era vital saber cosas, sentirse segura en el aprendizaje y el recuento de los hechos. Solía pensar que era posible saber lo suficiente para escapar del pánico de no saber, pero ahora me doy cuenta de que en realidad nunca se puede aprender lo suficiente como para protegernos.

Casi todo lo que vive en el océano también está hecho de océano hasta cierto punto, muy parecido a la forma en que heredamos el ADN mitocondrial por vía materna, y nuestras células quedan flotando en el torrente sanguíneo de nuestra madre muchos años después de que hayamos nacido.

La mayoría de las maravillas naturales de la tierra deben su existencia, de una u otra manera, a los cuerpos de agua.

El problema, leo, es que a fin de cuentas eres tú el que tiene que matarlos. O no matarlos a ellos sino a la idea de ellos: tienes que tomar una decisión para hacer que termine.