La muerte viene estilando

no me preocupa que cuando yo muera a usted mismo le cueste recordar mi cara y mi voz. ¿Sabe por qué? Porque lo tuve a usted en mis brazos, y porque aprendí a tejer con mi madre, y porque me he tomado miles de agüitas mirando el mar. Eso nadie lo sabe y a nadie le importa y por lo mismo está claro que nadie lo va a recordar, pero yo lo tengo acá adentro, y cuando venga la muerte la podré mirar y preguntarle cuántos hijos tuvo ella, cuántas cucharadas de azúcar le puso a sus tecitos, cuántas veces vio una gaviota lanzarse en picada al mar y salir de vuelta hacia el cielo con un pescado. Y la muerte no me va a poder decir nada, porque la muerte es eso: la muerte. La muerte es la envidiosa de los que tuvimos una vida

me preocupa que cuando yo muera a usted mismo le cueste recordar mi cara y mi voz. ¿Sabe por qué? Porque lo tuve a usted en mis brazos, y porque aprendí a tejer con mi madre, y porque me he tomado miles de agüitas mirando el mar. Eso nadie lo sabe y a nadie le importa y por lo mismo está claro que nadie lo va a recordar, pero yo lo tengo acá adentro, y cuando venga la muerte la podré mirar y preguntarle cuántos hijos tuvo ella, cuántas cucharadas de azúcar le puso a sus tecitos, cuántas veces vio una gaviota lanzarse en picada al mar y salir de vuelta hacia el cielo con un pescado. Y la muerte no me va a poder decir nada, porque la muerte es eso: la muerte. La muerte es la envidiosa de los que tuvimos una vida

A medida que me acercaba, sin embargo, hube de reemplazar mis fantasías, pues de la casa se oían voces y una guitarra. Tal vez una fiesta, un cumpleaños. Había un portón rudimentario, amarrado con un alambre a un palo de madera; el tipo de cerca para animales. Me pareció poco probable una fiesta en día martes, sobre todo con ese frío y de madrugada.

Vi una bencinera en el camino; en vez de detenerme pasé de largo, arrastrado por algo que podía ser la locura o, mucho más probable, la certeza dolorosa de que mi vida había tocado fondo hace muchos años y no tenía absolutamente nada que perder, mucho menos algo que ganar.

Nunca más todo eso. Morir era también renunciar a todo eso.
Marta Brunet

Ahora espero como toda mi vida algo que no sé qué es ni si llegar

ganó fama de insensible entre algunos, pero los hombres de mar, como don Florencio, respetaban su decisión porque decían que nadie se puede andar metiendo en lo que hace o deja de hacer la gente.

Lo olvidé todo porque eso no pertenecía a la vida alegre que tenía ahora. Porque yo era otra. P

había pensado que encontrarse con un hombre armado en un lugar solitario, y encima de noche, podía ser peligroso, porque para mí el único hombre malo del mundo era Juan de Dios Elizalde. Pero tenía razón, debía temer.

Eres bueno o eres malo?