Arcade Club

ntré al edificio y compré un boleto para Silao…

los héroes y dónde nos quedamos los demás, los que tampoco hacemos nada malo?
Ll

Me gustaría saber qué se siente al ver tu nombre en la portada de un libro, y que ese libro lo tenga una biblioteca como ésa, y que alguien lo saque, se lo lleve a su casa y lo lea, y que permanezca con él unos días, o tal vez unas semanas, y que ese libro lo acompañe en sus tardes, y lo lleve en su mochila y lo saque para leerlo en una cafetería, en la sala de su casa o en su cama, y que a lo mejor anote frases del libro y platique si le gustó o no, y luego lo regrese a los estantes y tome otro. Si yo supiera que hacen eso con algo que yo haya escrito… ¡Guau!

o —respondieron los tres al mismo tiempo, igual de impactados que yo.
—Pero ya habían venido antes de ir al tianguis, ¿no?
—No, tampoco. Es la primera vez que entramos aquí, ¡pero está bien chido! —respondió León.

como luego descubrí, era una biblioteca.
—¿Y ahí no vamos a entrar?
—Si quieres —me contestó León, con un tono aburrido—. Oye, Abel, dice Aníbal que si entramos a la biblioteca.
—Está bien, al cabo que aún no es hora.
Ni tiempo me dieron de preguntarle a qué hora se refería. Nos desviamos un poco y entramos a la biblioteca, que era inmensa. Nunca imaginé que existieran espacios como ése. En Irapuato no había nada parecido, y quizá tampoco en ninguna otra ciudad de

veces, las cosas del pasado sirven para entablar amistades en el presente.

Algo tienen las fotos que su destino es volverse viejas; o, más bien, lo que graban se volverá antiguo.

El teléfono tenía una ruedita con números y tú tenías que discarla. Ésa era la palabra: discar. Antes había otros verbos, otras palabras que ahora ya no utilizamos.

La máquina parece decirme: “¡No vayas tan rápido! ¡Piensa bien las palabras y úsalas en lugar de los emoticones! Aprende a pensar. No todo se tiene que decir con ciento cuarenta caracteres, ni durar cuarenta segundos, ni pasar como el suspiro del scrolling”