es
Knjige
Philippe Besson

Deja de decir mentiras

  • kenneth Steve Aguilarje citiraoпре 4 године
    éramos perfectos desconocidos y resulta que me propone, a bocajarro, llevarme a no sé dónde para hacer no sé qué.

    Le digo: te sigo.
  • Coralineje citiralaпрекјуче
    Philippe:

    Me voy a marchar a España y no volveré, al menos de inmediato. Tú te irás a Burdeos y supongo que será la primera etapa de un largo periplo. Siempre he pensado que estabas hecho para otro lugar. Nuestros caminos se separan aquí. Sé que te hubiera gustado que fuera distinto, que te dijera cosas que te habrían apaciguado, pero no pude y, de todas formas, nunca he tenido el don de la palabra. Creo que, al final, lo has entendido. Era amor, evidentemente. Y mañana será un gran vacío. Pero no podíamos continuar; a ti te espera tu vida y yo no cambiaré. Solo quería escribirte que he sido feliz durante estos meses que hemos pasado juntos, que nunca había sido tan feliz, y que sé que nunca volveré a ser tan feliz.
  • Coralineje citiralaпрекјуче
    Thomas no tuvo valor.

    Digo: valor, pero tal vez se trate de algo distinto. Aquellos que no han dado el paso, que no están en consonancia con su naturaleza profunda, no necesariamente están asustados, sino tal vez desamparados, extraviados; perdidos como en medio de un bosque demasiado grande, demasiado frondoso o demasiado sombrío.

    El hijo prosigue su relato. En el cajón encontró otra carta, dentro de un sobre cerrado, algo amarillento, sin destinatario. No se le ocurrió que fuera algo irrelevante, una factura o un documento oficial. Lo abrió con un poco de aprensión; de hecho, temía que su padre hubiera dejado allí sus últimas voluntades, pues, como se imaginaba, era el autor de esa carta.

    Dice: de hecho, es una carta escrita hace mucho tiempo, que no llegó a enviar nunca. Está dirigida a usted. Empieza por su nombre. Data del mes de agosto de 1984.

    Examino a Lucas. El encadenamiento de revelaciones crea un efecto de saturación, como cuando un amplificador no puede funcionar a mayor potencia. Para escapar a la distorsión de ese sonido que soy el único que oigo, le pregunto: ¿la has leído? Me contesta que sí. Y, justo después, la saca del bolsillo de su chaqueta y me la tiende. Está doblada en dos, un poco arrugada. Dice: por esto le pedí que nos viéramos, para entregársela.

    Añade: prefiero que la lea más tarde, cuando me haya marchado, porque es una historia entre él y usted, solo entre él y usted.
  • Coralineje citiralaпрекјуче
    Era abrumador.

    No necesité preguntárselo.

    De todas formas, me imagino que tampoco hubiera tenido arrestos. Luego me dije: quizá solo fuera un capricho, una fase, ocurrió, sí, pero terminó, eligió otra cosa, la vida, una mujer, un hijo, seguro que pasa a menudo. Me dije: y cuando volvió a verlo en la tele se le reavivó el recuerdo, pero fue pura nostalgia, un secreto del pasado, todo el mundo tiene secretos, en realidad está bien guardarse cosas solo para uno mismo. Podría haber quedado ahí. Debería haber quedado ahí.

    Pero dos días después de esa conversación, mi padre nos reunió para anunciarnos que se marchaba.

    La revelación me fulmina. El verbo es de lo más apropiado, puesto que experimento una sensación física de ser atravesado por una descarga eléctrica. Y, justo después, de sufrir una parálisis.
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    Tendría que haber visto su cara en aquel momento: una confesión.

    Sin embargo, no dijo nada, incluso fingió no darle importancia, pero ya era demasiado tarde, por un momento, mientras me oía decirle que le había visto, le flaquearon las rodillas, no se movió pero le juro que le flaquearon las rodillas.

    En ese preciso instante, tuve la certeza de que había estado enamorado de usted, que sí que había ocurrido, que mi padre había estado enamorado de un chico.
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    Prosigue: en Su hermano, el protagonista se llama Thomas Andrieu, tal cual. ¿Me va a decir que es casualidad? Bajo la mirada, negarlo sería un insulto a su inteligencia. Lo remacha: y Un chico italiano cuenta una doble vida, la historia de un hombre que no sabe elegir entre los hombres y las mujeres, y que miente. Me dio la impresión de que sus novelas eran como las piezas de un puzle, que bastaba con ensamblarlas y entonces formaban una imagen comprensible.
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    dice en la tele cuando se lo preguntan, contesta sin tapujos. En cuanto llegué a Nantes, aquella misma tarde, fui derecho a una librería, busqué sus libros, encontré Su hermano, Un chico italiano y Decirte adiós, me llevé los tres, los leí enseguida. Y esos libros confirmaron mis sospechas. En Decirte adiós, escribe cartas a un hombre a quien amó, que le abandonó y que nunca le contesta, y se pasa el tiempo viajando para tratar de olvidarlo. Digo: no soy yo quien escribe a ese hombre, sino una mujer, mi protagonista. Dice: ¿a quién pretender engañar?
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    Le pregunto a Lucas si comprende las palabras de su padre.

    Responde que sí. Precisa: ahora, sí. Han dado cuerpo a sus intuiciones de antaño. Digo: ¿qué/intuiciones? Me tiembla un poco la voz. El oye el temblor. Y me mira de hito en hito, con la intención de darme a entender que hablamos de lo mismo, que lo ha comprendido.

    Dice: creo que empecé a barruntarlo en el hotel de Burdeos, pero no cuando usted me llamó en el vestíbulo creyendo que era mi padre, ni tampoco cuando me dijo que me parecía a él, pues, al fin y al cabo, no era el primero, no, fue unos instantes después, cuando enmudeció y me miró, entonces comprendí que lo había amado, que había estado enamorado de él, lo vi clarísimo. En ese momento yo ya le había reconocido, sabía quién era usted, sabía que es homosexual
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    algo en el aire, algo ligado a la época y al lugar, también, y eso creó un momento, y eso provocó el encuentro, pero todo se distendió, todo se fue en direcciones distintas, todo estalló, como unos fuegos artificiales cuyos cohetes explotan en el cielo nocturno en todos los sentidos y cuyos destellos caen en forma de lluvia, muriendo a medida que bajan en picado y desapareciendo antes de alcanzar el suelo, para no quemar a nadie, para no herir a nadie, y entonces el momento ha terminado, ha muerto, no regresará jamás; fue eso lo que nos ocurrió.

    Thomas tampoco me llamará nunca.
  • Coralineje citiralaпрекјуче
    Digo: ¿sabes que escribo?

    Dice: sé quién es usted. Lo he sabido en cuanto ha aparecido ante mí, en el hotel, en la acera.

    Se expresa sin fanfarronería, pero con aplomo.

    En ese instante me planteo la hipótesis de que tal vez me haya visto alguna vez en la tele y que goce de una memoria excelente. O que casualmente haya leído alguno de mis libros, aunque lo dudo; los chicos de veinte años no leen mis libros, o muy pocos.

    Pone término a mis especulaciones: mi padre me ha hablado de usted. Un día que salió en la tele dijo que le había frecuentado en el instituto.

    Rememora lo extraño que le pareció entonces su padre, agitado, de hecho, cosa que le asombró porque siempre lo veía calmado. El hijo atribuyó esa agitación ala sorpresa, al estupor. Además, no todos los días se conoce a alguien que sale en la tele. Ni todos los días aparece alguien de tu pasado remoto, sin preaviso.

    Digo: pero ¿cómo es posible que te acuerdes de mí? Si solo me viste aquella vez, con él.

    Me corrige: le he visto varias veces. Cuando las revistas de la tele anunciaban que saldría usted en algún programa, lo veíamos.

    El padre ordenaba silencio, la madre prefería volver a la cocina, a otros quehaceres, no le interesaban demasiado los escritores, no le interesaban demasiado las experiencias de su marido antes de conocerla. El hijo, por su parte, se quedaba. No se atrevía a hacer preguntas. Dudaba que su padre le contestara. Pero se quedaba. Estaba más pendiente de su padre, hipnotizado por el televisor, que de la pantalla.

    Dice: se leía todos sus libros, aunque nunca había leído.

    Comenta que los libros se encuentran en casa, en algún lugar, no a la vista, en un armario, sin duda, o en el desván, pero en cualquier caso allí están. El hijo se acuerda de una cubierta en especial: se trata de un cuadro, un bar, una mujer con un vestido rojo sentada a la barra, junto a un hombre con un traje y un sombrero, están muy cerca el uno del otro, casi se rozan, entre ellos hay proximidad, pero no se sabe si es intimidad, también se ve a un camarero al otro lado de la barra, vestido de blanco, inclinado hacia delante, atareado con algo. Dice: es un cuadro americano, ¿no?

    Digo el nombre del pintor. Soy incapaz de articular nada más.
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