madre inundó toda la planta inferior del edificio de hilos rojos, que tendió de pared a pared a veces de manera confusa y deliberadamente enmarañada, pero en otras ocasiones como siguiendo un orden que se desconocía aunque podía intuirse; los espectadores corrían el riesgo de enredarse en esos hilos a cada momento; a algunas de las habitaciones de la instalación ni siquiera se podía entrar, así de densa era la maraña que impedía el acceso y que en algunas oportunidades, especialmente a la entrada de las habitaciones más pequeñas, que habían sido empleadas en su día como celdas de aislamiento y de castigo, parecía estar a punto de estallar, derramándose sobre el pasillo que conducía a ellas y sobre los visitantes. No era difícil darse cuenta de esto, posiblemente porque su madre no había hecho nada para impedirlo: los hilos eran los pensamientos de las locas, que éstas tejían en su cabeza hasta ya no poder entrar en ella, hasta verse expulsadas de sí mismas o, al menos, de quienes habían sido antes de la enfermedad mental; pero también eran las cuerdas con las que se las ataba cuando perdían el control o, sencillamente, molestaban a los médicos; habían sido confeccionadas por mujeres en una tejeduría de Mánchester que su madre había contribuido a volver a poner en funcionamiento y que estaba cerrada desde el momento en que la producción había sido desplazada a países periféricos, unos setenta años atrás: muchos de los primeros ocupantes del asilo habían trabajado en las tejedurías de la ciudad antes de quedarse sin empleo y comenzar su declive hacia la vejez y la locura, y a Olivia le gusta especialmente que su madre haya dado cuenta de este modo, con la recuperación de esa fábrica, de los vínculos entre pobreza y locura, pero también entre trabajo manual y producción artística, así como entre el hecho de ser una mujer pobre y el de no tener ningún sitio en el que apoyarte, ningún lugar donde ir. Una sola cosa echaba de menos en la intervención, y la mencionó unos años después, en la primera oportunidad que se le presentó para hacerlo: le hubiese gustado que, al terminar, su madre hubiera recogido todos aquellos hilos rojos y los hubiera cosido unos con otros para que resultase evidente que los pensamientos de las mujeres que están locas nunca les pertenecen por completo, sino que son parte, también, de un todo en el que confluyen el malestar privado y el malestar público,