En 2008, Elda hizo un viaje a las islas, por su cuenta. Al llegar, repartió en bares, casas y hosterías una carta en la que pedía que, quien supiera dónde estaba enterrado su hijo, se lo dijera. Días después, alguien le dejó un mensaje anónimo en el sitio donde se hospedaba diciendo que su hijo podía estar en el sector B, fila 5, tumba 9 o tumba 10. No le importó el verbo en potencial –«podía»– y fue a buscarlas.
–Y esas tumbas no tenían nombre. Así que se arrodilló y rezó ahí. Y hoy mi tío está identificado y es la tumba 9. O sea que ellos sabían.
Una foto tomada durante ese viaje muestra a Elda Marquez mirando a cámara, con una mano apoyada en cada una de las cruces. Cuando ella murió, sus descendientes dejaron de buscar al tío Rubén.