El estado de ambigüedad, por consiguiente, es lábil. Si se deshace, empero, no surge forzosamente y de inmediato un estado de univocidad, porque en seguida brotan nuevas ambigüedades. Más bien, la consecuencia inevitable es el tambaleo de una ambigüedad a la siguiente. Individuos y sociedades harían bien, por tanto, en aspirar a la justa medida de ambigüedad. En nuestro mundo actual, el problema me parece, sobre todo, una tolerancia a la ambigüedad demasiado escasa.