El logro más destacado de Orwell fue nombrar y describir, como nadie lo había hecho, la amenaza que el totalitarismo suponía no solo para la libertad y los derechos humanos, sino también para la lengua y la conciencia, y lo hizo de una forma tan arrolladora que su último libro proyecta sombras sobre el presente (o lo ilumina como un faro). Pero ese logro es más rico y profundo gracias a los compromisos y al idealismo que lo propiciaron, a lo que Orwell apreciaba y deseaba, a su valoración del deseo en sí, del placer y la alegría, y al hecho de que reconociera que esos sentimientos podían ser fuerzas de oposición al Estado autoritario y a sus desalentadoras intromisiones.