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Knjige
Slavenka Drakulic

Mileva Einstein, teoría de la tristeza

  • Paola F.je citiralaпре 17 сати
    Para ella sus conversaciones eran preciosas, eran lo que más echaba de menos. Había ido dejando de ser la compañera de Albert, de tener importancia para él, hasta acabar resultándole repulsiva. Ahora ha encontrado la forma de librarse de ella. Le ha enviado las Condiciones, seguro de que su orgullo le impedirá aceptarlas.
  • Paola F.je citiralaпре 17 сати
    Mileva no podía imaginarse su relación sin esas conversaciones, ya fuesen sobre partículas cuánticas, los fotones o las propiedades de los líquidos.
  • Paola F.je citiralaпре 17 сати
    Se acostumbró a que le diese problemas matemáticos, ecuaciones y fórmulas. Y, en lugar de eso, ¡le da órdenes e instrucciones de conducta!
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    a Mileva ni siquiera se le había pasado por la cabeza que, al cabo de tantos años de estudios, terminaría convertida en ama de casa. Ahora, si acepta sus Condiciones, bajará un peldaño más y se transformará en sirvienta.
  • Paola F.je citiralaјуче
    «Mamá, ¿otra vez has estado triste?», le pregunta Tete cuando ve que faltan caramelos en la caja de latón.
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    A veces pensaba que, si pudiese elegir entre cuidar a sus hijos y la vida social, elegiría los cafés y las conversaciones estimulantes.
  • Paola F.je citiralaпрекјуче
    Sólo el orgullo explica las dos decisiones contradictorias que ha tomado: primero, aceptar todas sus condiciones y, al cabo de poco, resolver que se marchaba de Berlín.
  • Paola F.je citiralaпрекјуче
    Practicaba la indiferencia. Le interesaba demasiado la física como para ceder por culpa de quienes eran inferiores a ella, de mediocres que se comportaban como si fuesen omnipotentes sólo porque habían nacido hombres.
  • Paola F.je citiralaпрекјуче
    Las Condiciones de Albert la habían roto y se sentía aturdida, como si acabase de recibir un fuerte golpe en la cabeza. «Seguro que los boxeadores se sienten así tras el combate», piensa.
  • Paloma Akihikoje citiraoпрошлог месеца
    Albert solía ir con su compañero Philipp Frank. Luego le contaba a Mileva los temas sobre los que se había hablado y los asistentes de ese día: el escritor Max Brod, el compositor Leo Janaček o el retraído Franz Kafka, quien se sentaba en un rincón del café y sólo escuchaba los debates o la música.
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