Vamos. Coge tus cosas, te llevo a casa. —No le cogí la mano.
—Puedo…
—Ni se te ocurra. —Me detuvo. Dios, no sabía cuál de los dos era más testarudo—. Puedes dejarme acompañarte y llevarte a casa —hizo una pausa, como la buena reina del drama que era— o puedo arrastrarte y meterte en el coche a la fuerza