Cómo morir. Cartas sobre la vejez y la muerte

¿qué puede haber más estúpido que morir con muchos remilgos? (21) ¡Oh, varón fuerte! ¡Oh, hombre digno de haber podido elegir su propio destino!

nadie es infeliz a no ser por su propia culpa

¿Por qué te anticipas? ¿Por qué razón asumes el encargo de la crueldad ajena? ¿Acaso envidias a tu verdugo o tienes consideración con él

para mí el recuerdo de los amigos fallecidos es solo dulce y suave: los tuve como si fuera a perderlos, los perdí como si todavía los tuviera.

Nadie está triste solo para sí. ¡Oh, infortunada estupidez! Hasta en las lágrimas hay cierta corrupción.

Antes debemos estar preparados para la muerte que para la vida. La vida está suficientemente aprovisionada, pero ambicionamos sin límite sus provisiones; parece que algo nos falta y que siempre nos faltará. Que hayamos vivido suficientemente no lo consiguen ni los años ni los días, sino nuestra disposición anímica. He vivido cuanto era suficiente, queridísimo Lucilio; satisfecho aguardo la muerte

(7) No tengo tiempo de rebuscar palabras de doble sentido ni de manifestar con ellas mi ingenio.

ni los bebés, ni los niños, ni los dementes temen la muerte y resulta muy vergonzoso que nuestra razón no nos proporcione esa seguridad a la que lleva la falta de juicio.

ni los bebés, ni los niños, ni los dementes temen la muerte y resulta muy vergonzoso que

los bebés, ni los niños, ni los dementes temen la muerte y resulta muy vergonzoso que nuestra razón no nos proporcione esa seguridad a la que lleva la falta de juicio.