Feral

Para sobrevivir vibramos tan bajo que fuimos subterráneas.

Todavía afuera, llueve sangre. Habrá que aprender a beberla también, al fin que como dice el poeta, el blanco, el negro y la sangre combinan con todo.

Conocimos el zumbido veloz del metro, serpiente desplumada y naranja que iba por las entrañas de este centro, en el lugar del calor, en el lugar de la oscuridad, hasta que se paró, se frenó.

Aquí en el centro, en el interior del corazón, inventamos nuestras palabras, dejamos nuestras huellas.

Nosotras en cambio florecimos.

Destruyeron águilas y tigres. Con su tinta negra borraron lo que fue la hermandad, la comunidad, la nobleza.

De aquí soy, de aquí eres, de aquí seremos.

Porque sabemos que algún día las que duermen renacerán, brotarán tiernitas y así sabrán cómo llegaron hasta aquí.

Y aunque no han pasado tantos años, tan solo los suficientes, hoy desde estos túneles, desde estas cuevas y guaridas, desde estas galerías y estas grutas y minas, algunas decidimos que debemos resguardarlo.
Las otras nos dicen las secretarias de la muerte.
También dicen que somos las guardianas de la memoria, las rastreadoras de restos, las carroñeras.
Ellas son las que miran, las que duermen, las que sueñan.
A nosotras nos dio la fiebre de memoria.
A tientas vamos rescatando documentos de ese mundo pasado, caduco; testimonios del colapso, palimpsestos apocalípticos, recuerdos de la resistencia, para poder entender cómo llegamos aquí y para poder todas germinar algún día como maíz, como brotes tiernos, como flores que embriagan.

¿Te imaginas restaurar, rescatar, resucitar casi, una canasta que lleva en el lodo más de dos mil años?
Pura voluntad, otro tipo de ofrendar.
Y todo este cuidado, ¿será lo que nos define como humanos?