Cuna de gato

Quien sea incapaz de entender como una religión útil puede basarse en mentiras tampoco entenderá este libro

La primera frase de Los libros de Bokonon es esta: «Todas las verdades que voy a contaros son una sarta de mentiras».

Los bokononistas creemos que la humanidad está organizada en equipos, equipos que llevan a cabo la voluntad de Dios sin ser conscientes de lo que están haciendo.

Cuando era más joven: hace dos esposas, hace 250.000 cigarrillos y hace 3.000 botellas de licor...

Cuna de gato, publicada en 1963, fue su cuarta novela, la que terminó de consolidarlo como uno de los escritores fundamentales del s. XX.

Estamos aquí para ayudarnos los unos a los otros a pasar por esto, se trate de lo que se trate».

heredero de Aristófanes y de Mark Twain, quien, pese a tener una pobre opinión del género humano, y aplicarla igual a los héroes que a los villanos, fue demasiado inteligente para convertirse en un maniático y demasiado tierno para convertirse en un cínico; y que nunca pudo, ni quiso, refrenar su enorme capacidad para divertir y entretener.

«Cuidado con el hombre que se esfuerza mucho por aprender algo, lo aprende y no es más sabio que antes —nos dice Bokonon—. Siente un rencor homicida por las personas que son igual de ignorantes sin haberse esforzado.»

—Aún no nos ha dicho qué es un don nadie —dije.
—Un don nadie es alguien que se cree tan condenadamente inteligente que es incapaz de tener la boca cerrada. Digas lo que digas, tiene que llevarte la contraria. Si dices que te gusta algo, Dios sabe que te dirá que te equivocas. Los don nadies hacen cuanto pueden por conseguir que te sientas como un idiota. Da igual de lo que hables, él sabe más que tú.

—Si hay algo que no entiende —la instó el doctor Breed—, pídale al doctor Hovarth que se lo explique. Se le da muy bien explicar cosas. —Se volvió hacia mí—. El doctor Hoenikker siempre decía que un científico que no supiese explicarle a un niño de ocho años qué estaba haciendo era un charlatán.
—Pues eso es que soy más tonta que un niño de ocho años —se lamentó la señorita Pefko—. Ni siquiera sé qué es un charlatán.