Fulgor

lágrimas de mi madre son cuervos que vuelan a través del alambre, aves rapaces que atraviesan las distancias. Sus lágrimas son gritos que siempre me consiguen alcanzar.

La enfermedad que se nos esconde en la cabeza es la más hostil de todas las afecciones, la que más rápido nos expulsa del mundo circundante, la que más nos convierte en algo que se parece a los zombis. Mientras pensaba en qué contestarle a mi madre, y con las pupilas fijas en mis propias pupilas en el reflejo de la ventanilla del coche, sentí cómo

Es una locura, Eva, no deberías estar allá, no tú, no sola, no ahora. La voz de mi madre me obligó a mirar mis manos delgadas, sudorosas, mi rostro como el de una niña vieja en el reflejo del cristal del coche, mis ojeras pronunciadas, que no son las que corresponden a una mujer joven y saludable como lo debiera ser yo.

el fondo, mi madre no me perdona que no me haya convertido en lo que ella fue, que no sea una mujer unida a un hombre con un papel de por medio,

Nunca he entendido eso de las flores; los muertos son muertos,

Nunca he entendido eso de las flores; los muertos son muertos

El ritual, todo ritual, requiere por parte del que lo practica y del que es el receptáculo un acto de purificación, un momento único e irrepetible que implica deshacerse de la piel de antaño para penetrar en una piel nueva y, en ese estado, emerger al mundo como un recién nacido, algo similar a la obligada transformación de la crisálida en imago.

Histeria: ese mal propio de la condición femenina. Yo he estado histérica, pienso, esto podrían habérmelo preguntado a mí. Me han vaciado el útero lleno de la histeria de un hijo muerto. Expulsar al enemigo requiere siempre de un esfuerzo enorme de la voluntad. ¿Por qué he pensado eso? De pronto, saber que no he sido capaz de llevar a término el sencillo, natural acto de procrear me llena de una ira que enseguida se transforma en un pesar tibio y aguado, en un dolor diluido.

Los ojos de las aves, en particular, están más cerca, como si la distancia entre ellos y su presa se hubiera acortado. Ahora lo sé: ellos son los depredadores y yo soy la víctima. No, no, eso no está bien. Quise decir ella. Ella es la víctima, la mujer que espera en la oscuridad. La confusión es normal; es el efecto lógico de las cosas que parecen estar cambiando todo el tiempo

Tardo unos instantes en reponerme, en acostumbrarme a esta piel mía que me cubre desde siempre, pero con la que no estoy habituada a andar libremente por el mundo. No sé qué hacer sin las máscaras que me ocultan.