—No quiero que te vayas —sollozo. He evitado decírselo durante toda la semana, pero ahora ya no puedo mantener esas palabras dentro de mi boca. Supongo que no importa, porque tampoco es que pueda echarse atrás a estas alturas. La decisión está tomada. Se va.
Solo de pensarlo, la pesadez en mi pecho se vuelve más insoportable. No puedo dejar de llorar, y lo odio. Quiero ser fuerte para él, animarlo a irse y a cumplir su sueño. Pero también quiero suplicarle que se quede conmigo.