Una enorme cabeza se elevó sobre la valla de Orisima. Pertenecía a una criatura hecha de joyas y de agua de mar. Sus escamas, humeantes, eran de piedra de luna, tan relucientes que parecían tener luz propia, y estaban cubiertas de unas gotitas que eran como piedras preciosas. Cada ojo era una estrella fulgurante, y cada cuerno era como el mercurio, brillando a la pálida luz de la luna. La criatura flotó con la gracia de una cinta, más allá del puente, y se elevó en el cielo, ligera y silenciosa como una cometa de papel.