Manuel Azaña
En el segundo aniversario del golpe de Estado, el presidente de la República dio un discurso en el célebre Saló de Cent, ubicado en el corazón del ayuntamiento de Barcelona. Durante una hora y doce minutos proclamaría la necesidad de llegar a un armisticio y de terminar con aquella guerra. No sirvió para nada, quizás solo para otorgar algo de poesía a los discursos que se emitían de forma constante por ambos bandos. He aquí una de sus partes más famosas:
«Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio íbero vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los relumbres de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón».