Créale al Dios de la victoria. Cuando parezca que aparentemente estoy destruido y no hay más solución, él se luce y me levanta, me pone de pie y usa mi boca y mis manos para traer victoria en medio de mis circunstancias.
Rahab confió en el Dios de la victoria, ella creía en él, aun sabía que el pueblo de Israel invadiría Jericó, una ciudad amurallada y cerrada, y a la que ningún ejército podría ingresar fácilmente. Con este conocimiento natural cualquiera sabría la dificultad que el pueblo tendría para tomar Jericó, pero ella conocía que el Dios de la victoria estaba a cargo de esta batalla. Este es el Dios que pelea por usted, el que le entregará el triunfo en sus manos. Usted no tiene que hacer mucho porque no es con espada ni con ejército, sino con su Santo Espíritu. No se trata de fuerza humana, sino de sabiduría. Es el poder de Dios que opera en usted, el mismo Dios de Abraham, de Jacob y de David está con usted y es mayor que el que viene en contra suya. Ninguna arma forjada contra su vida prosperará. Usted tiene que proclamar esa victoria.
No se desanime ni hable negativamente. No declare duda ni incredulidad. Tenga confianza en el Dios de la victoria, ya que de la misma manera que le ha dado victoria en el pasado, se la dará hoy.
David decía: «Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado» (Salmo 27:3).
Nadie que sea parte de la familia del pueblo de Israel o sea hijo de este Dios estará en derrota. Todo lo que es nacido de Dios vence, porque nuestra fe en él es la victoria que ha vencido al mundo.