Había entre nosotras una connivencia en torno a la lectura, a las poesías que le recitaba, a los pasteles en el salón de té de Rouen, de lo que él estaba excluido. Él me llevaba a las ferias, al circo, a ver las películas de Fernandel, me enseñaba a montar en bici, a reconocer las verduras de la huerta. Con él me divertía, con ella mantenía «conversaciones». De los dos, ella era la figura dominante, la ley.