Yo, mediador(a)

¿Qué voy a hacer con él en clase?

En suma: habilitar el espacio para que esa lectura íntima se desarrolle y alimentarlo con la movilización de ciertos saberes sobre el funcionamiento de las obras; disfrutar de la casa y gozar desentrañando sus soluciones arquitectónicas más significativas.

trata de ofrecer momentos para «leer como lectores» antes que «leer como docentes»

fortalecer ese espacio de encuentro personal e íntimo con las obras, de provocar instancias de lectura literaria en el propio mediador, antes incluso de imaginar qué se puede hacer con ellas en el aula.

O, dicho de otro modo, desaprovechan una instancia (el análisis personal que se hace del libro) que resulta clave para luego pensar intervenciones que hagan emerger ciertas cosas que están pasando a nivel literario en esas obras. Cosas que son particularmente relevantes en el proyecto estético de estas, pero que, sin una problematización por parte del mediador, es muy probable que pasen desapercibidas para el alumnado.

la capacidad de un mediador o mediadora para observar los efectos expresivos que el uso de ciertos recursos tiene en la construcción del sentido global de un libro y, por extensión, en la actividad de lectura de este.

En el caso de la narrativa metaficcional, la variación constituye lo nuevo, aquello que obliga a recomponer las representaciones de lo conocido, es decir, de las formas canónicas. Probablemente esta recomposición implique la actualización de los conocimientos sobre las convenciones

¿cómo ayudan los libros infantiles y juveniles a desarrollar la competencia literaria del lector en formación?

Si, como hemos visto, mediar en la escuela supone acompañar el avance de los alumnos como lectores, la respuesta a esa pregunta compete a todo aquel que sitúe su quehacer profesional desde una perspectiva de mediación (sea docente, encargada/o de biblioteca u otro agente educativo que participe en el proyecto lector de una escuela). El solo hecho de formularse la pregunta invita a las y los mediadores a pensar en los complejos mecanismos que hay detrás de un buen texto, y en los procedimientos mediante los cuales una obra capta la atención del lector, lo sumerge en un universo ficcional y lo «pasea» por un amplio aba

Es decir, precisa llevar nuestra atención hacia los libros antes que hacia las prácticas, de modo que los primeros se transformen en brújulas que orienten hacia buen puerto a las segundas. Ese rodeo constituirá el núcleo del presente capítulo.

Mirta Castedo (2011: 30): «Un mediador es un intérprete, como tal, se encuentra en una zona de intersección entre la cultura escrita y quien se introduce en ella». En ambas citas, las negritas son nuestras.