Yoga y coca

Había pasado ya una semana en Las Vegas, eran demasiados los días expuesta a ese ruido y a esas luces que nunca se apagan, una semana probando comida que sabe toda a lo mismo, me sentía intoxicada de respirar las miasmas de todos recicladas una y otra vez por los sistemas de aire acondicionado. Estaba exh

El alcohol es un acicate para las mujeres, todas las películas lo exhiben como un comportamiento normal y necesario, es el signo de la “mujer liberada” en Occidente, eso y el shopping son las fórmulas del sistema para que aguantemos la presión diaria que llega por dos frentes: el que concierne exclusivamente al trabajo y el de la mierda extra-laboral machista

Cualquier cougar experimentada me hubiera dicho: “¿qué más puedes pedir?”. Contestaría que aquella creencia de que un veinteañero es lo mejor que le puede pasar a una mujer de cuarenta, es falsa

ujer con la mente sin telarañas, sea cual fuere su complexión, ellas saben que tienen la decisión en sus manos. Pero esas "ellas" evidentemente no son yo, porque cuando más he cogido es cuando más gorda he estado. Y el complejo enmascarado de petulancia desaparece para dar paso al disfrute.

Me metí tanto en mi papel que dado el hecho de que nunca lo consideré atractivo, lo miraba en nuestras fotos intentando encontrarle el gusto; como una jinetera que mira la imagen de su viejo pretendiente al otro lado del mar, al que le falta muy poco para sacarla de la isla. Pero mi viejo salvador nunca llegó.

—¿No me quieres así? —Yo, actuando como la típica puta de buen corazón le contesto:

—No te preocupes, todo bien. Hay que dormir.

vida?”. Respondí más desquiciada aún: “Escribir, viajar, una casa en el campo y… tener un hijo”. Él no cambió su expresión en absoluto provocando que mi petición pareciera de lo más normal

en la tormenta eléctrica. ¿Pero cómo? Esta vez no había ya nada para guarecerse, éramos prácticamente

de coca y eso fue algo que no pudo aguantar porque estaba exhibiendo su fracaso como padre

Yo pasaba por mi época de mayor consumo de sustancias durante noches interminables, por lo que Damián pudo tener el pretexto perfecto para regañarme después, pero primero me invitó a salir. No había pasado ni un año desde la partida de S. y yo me sentía más perdida que nunca