Las especies no se definen según el ser, sino según el tener; es una cuestión de riqueza y patrimonio y no de calidad y naturaleza. Ser una ardilla o un roble, un faisán o un estreptococo, una rúsula o un papagayo no es el resultado de una lucha por la supervivencia, sino de un proceso similar a aquel mediante el que se reparten los recursos entre varios individuos. La multiplicidad con la que se expresa la vida, así pues, no funda una ontología, sino una economía de la injusticia: es el signo de una arbitrariedad, el resultado de un capricho en la distribución de lo que por naturaleza no debería pertenecer a nadie.