Una voz me bramó por dentro, una voz atronadora que no había oído en mi vida. Era tan potente —internamente, eternamente— que me tapé la boca con la mano por miedo a que si la abría y dejaba salir el sonido resquebrajaría los cimientos de todos los edificios de aquí a Detroit.
Y esto fue lo que bramó la voz:
¡NO TIENES NI LA MENOR IDEA DE LO FUERTE QUE ES MI AMOR!