La memoria de las cosas

Fue como llegar a la costa y luego no poder desembarcar. Pero yo venía en el vientre de la embarcación.

los humanos quieren abrazarnos y quieren que nos guste. Quieren peluchizarnos. Así le llamo yo a este experimento genético: el fenómeno peluche. Quieren domesticarnos pero no quieren que tengamos voz. Sólo que nos sentemos calladitos y nos veamos bonitos. Que seamos buenos.

Si los dioses quieren, él muere. Si él muere, se acaba mi camino. Como el de un animal que se cae de su nido. Hay días en los que me gustaría que mi camino no dependiera de otro.

Tocarse hasta los límites y ver cómo desaparecen

Si me ves, me matas, pero este texto sobrevive. Considéralo. Hace tiempo que los chamanes de mi tierra sueñan con ser zorros. ¿Y los zorros? ¿Soñamos con ser chamanes? Somos viento, sombra, pelo, aliento; somos diente, fuego, velocidad; garra, filo, destreza; Dilgi, cola de oro, salto, sutileza. Aunque nos engañaron a tantos, en mitología somos los que engañan; somos truco, tótem, cambio. Somos mito, y somos cuerpo. Además yo soy testigo, soy advertencia. Soy una entre miles. Soy leyenda, ¿me lees? Seré legión.

Para revolver, primero vuélvete cuchara (cf. «Cuchara»).

Sé como las cenizas de todos nuestros muertos que revientan con revuelo contra la cara del orden público. Haz mudanza. Borrasca de basura y huesos, el tiempo está revuelto.

Causa disturbios —en el orden establecido, en una relación, en la cocina, en la clase, en la leche condensada al fondo del vaso de tu café vietnamita bien cargado. Enreda los hilos, las agujetas de los zapatos del amigo que se quedó dormido, las palabras que salen de tu boca.

Vuélvete baile. Baila hasta alterar el buen orden y la disposición de las cosas. Vuélvete baile puro.

Para que alguien sea compañero necesita de alguien más.