El azul en la flama

Uno toca las casas,
reconoce los cuerpos, lee y escribe, sube escaleras
y repite nombres sin término y palabras desnudas
rumbo a los mediodías y las oficinas, hacia la numerosa
aventura de reconocer y sentir, debajo de un rumor
de disminuciones y larga, fugitiva, oscura conciencia de la muerte.

Zigzag de los rincones

La música se deshizo en cristales y resonancias
bordeadas por el silencio arduo de las orillas:

Pasa el tiempo
y vuela y vuelve a pasar
y se detiene en la vertiginosa
escritura de los cuerpos,

La hoja vuelve a los veneros: ¿es una hoja
caída del otoño
o de los labios irritados de un libro?

El instante trae, como una brisa feliz,
estas cosas, hechas
de memoria y deseo:

cielo de tarde mexicana, día
que declina en los ojos y enciende
las pupilas y los ojos del espíritu.

en este Libro– deja escapar
un poco de polvo de fenómenos,
telarañas de metafísica y actos en potencia.
La hoja en blanco de esta manera-de-callar
parece nieve alpina. Pasas la mano
sobre esta superficie y sientes
un Fabriano magnífico –pero
es nada más la luz entre un cuerpo y otro.
Callar, acercarse de esta manera entre las líneas,
reescribir con una musitación
estas imperfecciones, este vaho bibliotecario
que va construyendo con una delicia maniática
el sabor y la orilla de las fisiologías.

Libro del mundo
Vuelves la hoja de esta manera de callar
y el volumen del mundo –todo se consuma

Voces de niños contra el muro
de una pesadilla, una superficie
bañada por una luz diabólica,
haces de verdes resplandores
que se esfuman
con una tos color violeta
y reaparecen sobre los labios
hinchados de los niños
que hablan y hablan
sin cesar –y te ven a los ojos
directamente, sin parpadear.