Lo más peligroso de este sesgo sexista es su naturaleza de bumerán.21 Tras ser incubado por un siglo de ciencia, lo que empezó como una cultura machista victoriana se revirtió luego en la sociedad como un arma política, ahora con el marchamo de Darwin. Proporcionó a un puñado de devotos de la nueva ciencia de la psicología evolutiva,* en especial a hombres, la autoridad ideológica para afirmar que una serie de sombrías conductas masculinas –desde la violación hasta el supremacismo, pasando por las actitudes mujeriegas– eran «connaturales» a los humanos solo porque así lo decía Darwin. Les dijeron a las mujeres que tenían orgasmos disfuncionales, que nunca podrían romper el techo de cristal debido a una falta de ambición innata, y que harían mejor en limitarse a ser madres.22