Cuando se enfrentaban a anomalías, como la licenciosa promiscuidad de la leona que durante el celo se aparea con entusiasmo un montón de veces al día con múltiples machos, miraban hacia otro lado a propósito. O peor aún: como descubriremos en el tercer capítulo, los resultados experimentales que no se ajustaban a lo esperado se manipulaban mediante juegos de manos estadísticos que hacían surgir como por arte de magia el necesario respaldo al modelo científico «correcto».