Un poema pegado en la heladera

“en la cabeza de las personas el tiempo no pasa, la cabeza es el único lugar donde no pasa el tiempo”.

Cada cual

aunque odie en parte

a la ciudad

o la vea

como un plato hondo

de sopa

chata dilatada calurosa

elige una zona que ama.

El tiempo presente y el tiempo pasado

tal vez en el tiempo futuro estén ambos presentes,

y el tiempo pasado contenga el futuro.

Si todo instante es el presente eternamente

ningún instante es redimible.

La libreta, comprueba Mastronardi, está llena, sus “hojas, descoloridas y atestadas/ ya no permiten que el mundo irrumpa en ellas” y deberá reemplazarla “por si el porvenir aún me trae/ personas o lugares agradables”. Revisar las primeras anotaciones no supone zambullirse en la memoria, sino en el desconcierto y en el olvido. El poeta no se acuerda de casi nadie.

hambre, miedo, vicios, odio y sexualidad. Ellos se llevan el grueso de nuestra vida.

Esa serie común al asceta y al sibarita traza un arco que nos envuelve a todos. Y cada quien sabrá, cada mañana, cuando empieza su día, cuál es el nombre de la necesidad con la que le toca lidiar primero.

Desgraciadamente, uno no concede la mayor parte del tiempo a la razón sino a las necesidades:

“Si alguien querría ser una tortuga/ sería yo”. Autobiografía futura, tiempo condicional, la lengua como un puching-ball rendido a los antojos expresivos de Mirta, maestra de combinaciones métricas, aliteraciones y rimas internas.

para quienes, mayoritariamente, la poesía es alguien de la familia muy querido, pero medio complicado, al que finalmente se deja de frecuentar,

Tiene razón Moore: ¿qué peligro puede existir en una ciudad en la que el peligro es anunciado por un cartel que dice “Peligro”? Y, por vaciamiento de esa misma proposición, qué peligroso se ha vuelto vivir ahora acá, donde ningún peligro está anunciado y todas las desgracias han sucedido, están sucediendo o van a suceder.

“Un frío casi Nepal”, dijo mi compañero de mesa, jactándose de citar una canción de La 25 y subrayando el valor de que el letrista hubiese utilizado un sustantivo, un “nombre propio”, precisó, como si fuese un adjetivo