—¿Me dejas que te invite a cenar? —pregunta contra mis labios—. Antes de…
Niego con la cabeza. Las puntas de nuestras narices se rozan.
—No hace falta.
—Me… Me gustaría, Hannah.
—No. —Lo beso otra vez. Un beso. Profundo. Glorioso—. Yo no hago eso.
—¿No haces…? —Otro beso—. ¿Qué?
—Cenar. —Beso. Y otro más—. Bueno, a ver —me corrijo—, sí ceno. Pero no salgo a cenar con nadie.
Ian se aparta y me mira con curiosidad.
—¿Por qué no?
—Porque… —Me encojo de hombros; desearía seguir besándonos—. No salgo con nadie, en general.
—¿No sales con nadie? ¿Nunca?
—No. —Su expresión vuelve a ser retraída de pronto, así que sonrío y añado—: Pero de todas formas me encantaría irme contigo. No hace falta salir para eso, ¿no?
Da un paso atrás, largo, como si quisiera dejar un poco de espacio físico entre los dos. La parte delantera de sus vaqueros es… un desastre. Quiero limpiarlo.
—¿Por qué…? ¿Por qué no sales con nadie?
—¿En serio? —Me río—. ¿Te apetece que te hable de mis traumas emocionales después de lo que acabamos de hacer? —Nos señalo con la mano.
Asiente, serio y un poco rígido, y se me pasa el subidón.
¿De verdad? ¿De verdad es lo que quiere? ¿Quiere que le explique que no tengo tiempo ni disponibilidad emocional para ningún tipo de relación sentimental? ¿Que no me imagino a nadie que quiera quedarse a mi lado para nada más que un polvo después de conocerme de verdad? ¿Que ya me di cuenta hace tiempo de que, cuanto más tiempo pasa la gente conmigo, más probabilidades hay de que descubran que no soy tan lista como creen, ni tan guapa ni tan divertida? Lo que más me conviene es no dejar que nadie se acerque demasiado, para que nunca descubran cómo soy en realidad. Y lo que soy, sinceramente, es un poco cabrona. No se me da bien preocuparme por nada, la verdad. Tardé una década y media en encontrar algo que me apasionara en la vida. Este experimento de amistad con Mara y Sadie sigue siendo solo eso, un experimento, y…
Joder. ¿Ian quiere que salgamos? Ni siquiera vive aquí.
—¿Me estás diciendo… —me masajeo las sienes mientras se me pasa el éxtasis del orgasmo— que no te interesa acostarte conmigo?
Cierra los ojos en un gesto que no parece un no. Desde luego, no es falta de interés. Pero lo que dice es:
—Me gustas.
Me río.
—Me he dado cuenta.
—No es algo habitual. Para mí. Que alguien me guste tanto.
—Tú también me gustas. —Me encojo de hombros—. Así que, ¿por qué no nos divertimos? ¿No es suficiente?
Aparta la mirada. Se mira los zapatos.
—Si paso más tiempo contigo, me gustarás más.
—No. —Resoplo—. Por lo general, no funciona así.
—Para mí, sí.
Suena tan convencido e irrefutable que no sé qué hacer más que mirarlo. Tiene los labios hinchados y todo en él es atractivo. Parece tan resignado y devastado ante la idea de follarme sin condiciones que debería resultarme cómico, pero la verdad es que no recuerdo haberme sentido nunca tan atraída por nadie, mi cuerpo vibra por el suyo y…
Tal vez podrías salir con él. Solo por esta vez. Una excepción. Podrías probarlo. Tal vez funcione. Tal vez…
¿Qué? No. ¿Qué cojones? Solo el hecho de planteármelo me aterroriza. Ni de coña. Yo no soy así. Estas cosas son una pérdida de tiempo y energía. Estoy muy ocupada. Esto no es para mí.
—Lo siento —me obligo a decir. Ni siquiera es mentira. Lo siento muchísimo—. No creo que sea una buena idea.
—Vale —dice, tras un largo momento. Conforme. Un poco triste—. Vale. Si cambias de idea… sobre la cena, claro, házmelo saber.
—De acuerdo. —Asiento—. ¿Cuándo te vas? ¿Qué plazo tengo? —añado e intento quitarle hierro al asunto.
—No importa. No… Vengo mucho por aquí. —Sacude la cabeza—. Puedes cambiar de opinión cuando quieras. No hay fecha límite.
Ah.
—Si tú cambias de opinión en lo de follar…
Suelta una risa seca, que casi suena más como un gemido de dolor y, por un segundo, siento el impulso de dar explicaciones. De soltarte un «No eres tú, soy yo». Pero sé cómo sonaría y sé que no debo. Así que nos quedamos mirándonos unos segundos y luego… Ya no hay nada que decir, ¿no? Mi cuerpo se mueve en automático. Me bajo del escritorio y dedico un momento a recolocar las pantallas en su sitio, el ratón, los teclados y los cables; cuando paso junto a Ian de camino a la puerta, sigue con una expresión solemne y triste mientras se frota la mandíbula con la mano.
Las últimas palabras que me dice son:
—Me ha encantado conocerte, Hannah.
Debería responderle, pero siento un peso desconocido en el pecho y no me atrevo a hacerlo. Así que me conformo con esbozar un amago de sonrisa y me despido con un gesto vago. Meto las manos en los bolsillos mientras mi cuerpo aún palpita por lo que estoy dejando atrás y camino despacio de vuelta al campus de Caltech, pensando en pelo rojo y en las oportunidades perdidas.