La luz del Mocha era una luz dorada e indirecta, pero el sol del invierno atravesaba los cristales y le iluminaba el rostro. Me entraron ganas de quedarme contemplando la elegancia de sus rasgos durante horas. Su natural belleza, la curva de su boca mientras se mordía el labio en un gesto de concentración, su ceño fruncido. La mano con la que agarraba el bolígrafo y acariciaba el papel.