el octavo cajón están mis libros y mis diarios, unos cuadernitos rosados que mi mami Checho me da para que pueda escribirle lo que no me sale por la boca. Es algo así como si un animal viviera en mi garganta y me recordara el vacío de las cosas que duermen silenciosamente en el cuerpo y uno no puede nombrar, pero también a mi mami le asusta que hable tanto en voz alta, que me ponga a dar misa o como político en mitin. Tampoco sé que es un mitin, pero entiendo que los políticos se paran sobre tarimas, igual a las bailarinas del carnaval, y gritan palabras raras sobre la cara de la gente.
Mi mami siente que soy eso, una especie de político en pequeño, aunque yo no sé lo que es un ser pequeño para ella. Yo entiendo lo que pasa a mi alrededor, pero aún no tengo todas las palabras en mi lengua, por eso hablo en voz alta: para que suceda el milagro de que esas palabras no anidadas aún en mi lengua viperina asomen como hongos en la piel de las personas que viven cerca de Petroecuador.