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Knjige
Martín Caparrós

Los Living

  • Diego Camposje citiraoпре 5 година
    Nos quieren convencer de que formamos parte de grandes conjuntos –una comunidad, una ciudad, un gremio, un país, la humanidad– y después resulta que cuando uno hace algo tan decisivo como nacer le importa a siete u ocho
  • Rafael Ramosje citiraoјуче
    ¿querés coger conmigo? Coger en serio, digo, no eso que hicimos. ¿Qué hicimos? Eso, lo que hicimos, ¿o no eras vos? Yo era, pero no hice demasiado. Ah, ahora te vas a hacer el tonto. Bastante hiciste, nene, mucho, y yo me lo tragué, me dijo, me sonrió, me apretó más la mano. Yo dejé la mano pero le dije que otro día, que sí quería, que por supuesto que quería pero que otro día.
    –Pichón, ¿vos cogiste alguna vez?
    Me dijo, y me tiró el humo en la cara. Usaba el humo como los indios, para hacer señales. Le dije que claro, que qué carajo se creía.
    –Claro, boluda, lo que pasa es que ahora me tengo que ir al cementerio, es el entierro de mi abuelo.
    Me dijo ah era tu abuelo, me paré, le di un beso en la mejilla: muy cerca de los labios. No volví a verla en años.
  • Rafael Ramosje citiraoјуче
    ¿Vos te creés que la gente tiene un nombre verdadero? No te hagás el piola, chiquitín. Yo estuve a punto de decirle que no me hacía pero le dije Juan Domingo. ¿Juan Domingo? Tu viejo debe ser peronista hasta las bolas. ¿Por qué peronista? Titina me preguntó si era boludo. La mayoría de las preguntas son así: preguntar es suponer que lo que uno quiere decir vale más cuando lo dice el otro: hacérselo decir al otro vale más.
  • Rafael Ramosje citiraoјуче
    Unos meses antes, poco después de cumplir los diecinueve, por intermedio de un amigo, Titina consiguió ese trabajo en el Paraíso. Le gustaba llegar cada tarde a eso de las siete, entrar en el local que todavía olía a tabaco de la noche anterior, a sudor de la noche anterior, a alcoholes de la noche anterior pero, vacío y tan iluminado, parecía un barco varado en una playa, una fábrica en huelga. Le gustaba ver ese cascarón y pensar en el error de tantos: cientos que llegarían esa noche –como cada noche– sedientos de un lugar que, sin ellos, no sería nada de nada o, más bien, esa ruina de sí mismo a la que ella llegaba cada tarde a eso de las siete.
  • Rafael Ramosje citiraoјуче
    único que me preocupaba –por ráfagas, golpes breves– era la certeza de que el submarino y el bar y esa charla se iban a acabar y tuve esa sensación –nueva, desconocida– de querer que durara para siempre. Nunca antes había querido que nada durara para siempre y me pareció una gran novedad, una novedad que debería durar para siempre: querer que algo dure para siempre era mi forma de convertirme en un grande o en algo. Un grande es alguien que sabe que las cosas no duran y quiere que algunas –unas pocas, muy pocas– duren para siempre aunque, por definición, sabe que no puede suceder. Un grande es un necio que quiere lo que sabe que no puede suceder –a diferencia de un chico, que cree que todo es posible y no tiene que pensar en esos sinsentidos y quiere cosas posibles porque todavía no aprendió que no lo son. Trataba de decidir si era mejor ser necio o ser iluso
  • Rafael Ramosje citiraoпрекјуче
    Titina me dijo que me invitaba a un submarino.
    –¿Un qué?
    –Un submarino, ¿no sabés lo que es?
    –Si es otra droga paso.
    Le dije, y ella me revolvió el pelo con la mano y me miró con una cercanía que me encantó hasta que me di cuenta de que era el cariño con que miran las tías, las madres jovencitas, esa mierda que llaman la ternura.
  • Rafael Ramosje citiraoпре 8 дана
    Yo la amaba por su fragilidad, pero me calentaba ese doblez: que Giménez se mostrara en pelotas como quien dice no se crean, soy tan blanca tan pura tan carlitos, me daba cuatro vueltas: me parecía la perversión suprema. Entonces cuando estaba a punto de acabar siempre pensaba en una prima, una amiga tontita, una vecina tímida, una que me pedía dale Nito por favor un poquito con la voz baja y mirando a otro lado, rubor en las mejillas. Yo le hacía el favor y ni siquiera trataba de que me agradeciera: yo podía ser, con ella, con mi leche, manirroto.
  • Rafael Ramosje citiraoпре 8 дана
    En la ciudad, Carpanta no tardó mucho en encontrar al grupo de artistas más decidido a romper cualquier regla que pudieran toparse. Eran unos diez o doce, mayoría de hombres pero algunas mujeres –todos menores de treinta, las corbatas finitas, pantalones stretch–, que se encontraban cada noche en un café de Paraguay y San Martín, y no tuvieron inconveniente en aceptarlo. Para ellos, la versatilidad sexual de Carpanta era una marca de modernidad extraordinaria –que algunos encontraban envidiable y otros levemente asquerosa, aunque trataban de que no se les notara–; también lo ayudaba su mensualidad más o menos generosa, que le permitía pagar la ginebra o el whisky en los momentos de emergencia económica, que eran casi todos.
  • Rafael Ramosje citiraoпре 11 дана
    se preguntaba si a su velorio también vendría la tía Mabelita, la hermana menor del abuelo que nunca la había soportado pero quizá viniera por las conveniencias, y si iba a haber tantas flores como esta noche o si alguien se acordaría y le traería sus favoritas calas y si realmente habría alguien tan triste como ella estaba triste porque el hijo de puta de su marido otra vez la había cagado muriéndose antes, privándola de la satisfacción de morirse sabiendo que alguien iba a notar su ausencia en una casa que ahora estaría vacía, despojada y tantas otras cosas porque, como toda su vida, no podía dejar de compararse con el muerto –para seguir diciéndose que ella era mejor pero no tuvo suerte, que él no la merecía pero los hombres son así, que por qué había desperdiciado su vida con ese cacho de carne que ya ni siquiera se movía: cacho de carne muerta.
  • Rafael Ramosje citiraoпре 11 дана
    Yo pensé que mi abuela no sabía ni quería saber pero que se había dado cuenta de lo que todos pensaban en silencio: que lo único importante que le quedaba por hacer era morirse. Que desde ahora hasta morirse sería, con suerte, una molestia leve: que si no se volvía loca o inválida o mormosa sus hijos tratarían de que siguiera en su casa, se turnarían para ver cómo estaba, la visitarían cada tanto y la invitarían a las fiestas familiares pero que todo sería como un deslizamiento, una cuesta tranquila hacia una tarde como ésta; ese día volvería a ser el centro de atención por unas horas. Y entonces, resentida como era, se preguntaba si su cajón sería como éste, de madera reluciente con herrajes bronceados, o más modesto porque nadie querría gastarse la plata en enterrarla o si sus hijos le comprarían uno con herrajes más nobles –de verdadero bronce, no de lata bronceada– porque total ya no tendrían que ocuparse más de ella y entonces sí le podrían dar esa última alegría –pensaba: la última alegría– y que quizá lo hicieran porque para ellos sería como un festejo, pensó, y que si seguía pensando en esa dirección iba a terminar loca, más loca
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